La culpa la tienen... los padres?

Sí, pero hasta un punto. Aquel en el cual la persona ya adulta puede comenzar a decidir si desea continuar aplicando el estilo de vida que se le ha impuesto.

Los niños son como una pequeña esponja, absorben todos los conocimientos ya sean positivos o negativos y el carácter y criterio que desarrollan dependerá en parte de la personalidad y en otra parte de la crianza dada por sus padres o tutores en el hogar.

Según un estudio psicológico realizado en la universidad de Humboldt en Berlín, existen tres clases de personalidades identificadas en los niños de preescolar que serán las que definirán la personalidad durante la vida adulta. Estas tres predefiniciones son: niños emocionalmente estables, niños tímidos y temerosos y los agresivos.

Los de la primera clase son los que no tendrán problemas y será más fácil que se estabilicen en el aspecto laboral, sentimental y buscarán independizarse. Los niños de las otras dos clases tendrán un poco más de dificultad en adaptarse a las circunstancias que se presentan en la vida.

El medio en el que se desenvuelven, la crianza dada en el hogar, las amistades y otros factores sociales son coadyuvantes en el desarrollo de traumas y temores en la infancia, que pueden degenerar en fobias o problemas sociales graves.

Temores

Muchas veces ciertas actitudes de los padres para con los hijos suelen crearles temores infundados por ciertas cosas y por personajes reales o imaginarios. En el caso de los temores, estos suelen aparecer en edades superiores a 2 años, ya que a partir de esa edad la mente de los infantes empieza hacerse más imaginativa. En niños de más edad los temores comienzan a producirse a causa de relatos que cuentan los padres para hacerles temer y que son también una forma de hacer que obedezcan, a base del miedo. Historias de fantasmas, de personas que se llevan a los niños que se portan mal, animales asesinos, el Cuco, entre otros son las cosas a las que los niños suelen temerles.

Respecto a cosas físicas, ciertos muñecos y juguetes suelen ser el objeto de temor de los niños, sin mencionar que algunos temen a la oscuridad porque la relacionan con cosas sobrenaturales.

Normalmente estos temores suelen desaparecer con el crecimiento, cuando el niño alcanza cierto grado de madurez y aprende a diferenciar la realidad de lo inexistente. Pero cuando estos temores persisten, incluso después de la adolescencia, se está hablando de fobias.

Traumas

Dependiendo de los rasgos de personalidad que se ven en la infancia, existen niños que tienden a desarrollar traumas más fácilmente que otros. Muchos de los traumas son producto de peleas en el hogar, maltrato doméstico, descuido paternal, separaciones, golpes, la pérdida de un ser querido a corta edad, infidelidades, entre otros.

Las manifestaciones de los traumas más comunes en niños desde los 6 años hasta los 11 suelen ser bajo rendimiento académico, aislamiento parcial o total, agresividad con otros niños, desobediencia, entre otros.

Después de los 11 años, hasta los 18 esos traumas pueden avanzar al punto de hacerlos llegar a sentir que lo pueden todo, llevándolos a realizar actos peligrosos; el nivel de rebeldía aumenta, el bajo rendimiento académico se mantiene, hay incapacidad para comunicar los problemas a la familia o tutores, entre otros.

Adultez y decisiones

Llegada la etapa de la madurez biológica, cognitiva y emocional; el ser humano es capaz de discernir entre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo indebido, lo conveniente y lo que no. Ocurre que ante la presencia de algunos traumas o temores experimentados en la infancia y adolescencia, en muchas ocasiones el individuo descarta alternativas sin considerar siquiera su posibilidad, debido a que tales alternativas no existen en el esquema referencial que trae como bagaje de sus experiencias vividas. Es decir, no se lo enseñaron.

Un padre puede enseñar a su hijo a mentir, a robar, a agredir. Lamentablemente, una vez arraigada esta conducta es muy difícil cambiar el modo de vida, pero lógicamente cabe considerar que no es imposible. Un adulto está en condiciones de decidir si desea accionar de la manera que se le enseñó, o si desea considerar las implicaciones positivas y negativas de las consecuencias.

“Siempre extravío mis llaves”. Sería porque mamá no le enseñó a poner más cuidado en cada movimiento que realiza; a prestar mayor atención al momento de hacer las cosas; a no llevar a cabo múltiples tareas al mismo tiempo? Y hoy en día, la persona piensa que “es imposible que pueda estar constantemente pendiente de dónde dejo las llaves!!”; claro que no es imposible. Lo que ocurre es que esta metodología no fue inculcada al momento oportuno, y por eso no se la tiene en cuenta.

Pero uno siempre puede decidir incorporar las acciones adecuadas cuando desee. Nunca es tarde para cambiar, para ser mejor, para hacer las cosas de un modo correcto; independientemente de los que nos hayan enseñado a ser.

Por lo que la culpa la tienen los padres, sí. Pero hasta un punto solamente. A partir de allí, la consecuencia de nuestros actos, será exclusivamente nuestra propia responsabilidad.


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